Se estiró, desperezándose en el sofá; intranquila. Fuera llovía, despacio y con pereza, pero sin dejar de llover; disfrazando al día de invierno, con una oscuridad prematura a temprana hora de esa tarde de mayo. Era domingo, como esos domingos intrusos, del día después... del día antes de otra vez. Al removerse contra el sillón, los restos del resquemor que aún ardían débilmente en su trasero, se resistieron a su piel, recordando un capítulo anterior que ya le parecía muy lejano. De fondo, la película mala de esa tarde que había escogido entre todas las que emitían, no la ayudaba para matar su tedio. Sus ojos enrojecidos, soñolientos; teñidos de melancolía se quedaron fijos en la ventana, en las lágrimas húmedas que se pegaban al cristal y caían desesperadas en una carrera descendiente, cruzándose las unas con las otras, dejando el rastro que arañaba la transparencia frente a una calle ruidosa, ociosa y ajena a su espectadora pasiva que sólo el ruído de fuera mantenía su atención momentáneamente. Así,
Se puso de rodillas, mordiéndose el labio inferior y dejando caer su mirada hacia el suelo, mirando a la calle, a la lluvia y a la nada; sin mirar realmente todo lo que al siguiente segundo olvidaría, para volver a mirar... y volver a olvidar.
Y, al apoyarse sobre sus talones, sintió otra vez las sobras del latiente dolor que, intermitente, todavía habitaba en ella, retransmitiéndole en su mente, de fondo, el sonido sordo y seco de cada uno de los golpes que chocaron en sus nalgas y le regalaba ese escozor que estallaba y removía todo su cuerpo, que la hacía estremecerse de la cabeza a los pies y, antes de que se hubiera recuperado del todo, ya chocaba de nuevo otro, y su sonido sordo, seco, y el dolor que penetraba por su vientre. Pero no se atrevía a moverse, no se atrevía a separarse de su mano, ni evitar siquiera el siguiente golpe... pues, a la vez que en silencio rogaba que ese fuera el último... deseaba el siguiente con toda su pasión.
Porque a medida que el dolor crecía en cada rincón de su cuerpo, una emoción juguetona le bailaba en la boca del estómago sin abandonarla ni un instante. A medida que, de fondo, escuchaba el ronco susurro de sus palabras que encendían sus mejillas, que a penas ya las distinguía... su humedad iba en aumento, revelando sin lugar a dudas lo que entre sus piernas pedía a gritos... y sus labios, ya abultados, crecían al ritmo de los latidos de su corazón, que se habían instalado en sus más bajos rincones. Y otro más.... y otro... soltaba grititos inteligibles de entre sus labios y su cuerpo entero se adelantaba golpe a golpe; rogando en silencio que fuera el último... deseando con toda su pasión que llegara el siguiente... aumentando su excitación y adivinando, en el ronco susurro que Él le dirigía entre palabras que la humillaban más, el placer que sentía, golpe a golpe. No se atrevía a moverse siquiera, a penas oía más que cada sonido seco y sordo que Él le propinaba... y su humedad aumentaba.. y se sentía más perra que nunca; y se sentía extrañamente feliz.
La mejor forma de escapar de la realidad es no reparar en ella. Olvidarla. Creer que no existe y burlarla. Siempre regresa, como una bofetada de aire frío. Pero mientras anda fuera, vagando, el ser humano se libera de todo lo que es para ser uno mismo. Para estar más vivo.
Un trueno la sacó del recuerdo perdido en su mente, recordándole macabramente que ya no era ayer, sino mañana. Se dio cuenta que estaba húmeda otra vez, y de que sonreía. Se dio cuenta que una sola lágrima, una nada más, rodaba por su mejilla. Y que el trasero todavía le dolía. De forma paradójica, pensó, que mientras aún le doliera, le parecía menos absurdo recordar; que significaba que no había pasado todavía mucho tiempo, y se podía permitir el lujo de tenerlo todavía presente.
El tiempo... enemigo íntimo; duende travieso y traicionero, pero fiel al fin y al cabo. Allí, tras la ventana, mirando fijamente a la nada, a la vida y a muchas vidas que nada tenían que ver con ella; el tiempo parecía eternizarse sin que pasara realmente. Y sin embargo, en otro momento... quebró un suspiro, renegando del recuerpo que quería acudir a ella de nuevo.
Y un minuto traía a otro encadenado. Mientras, ella esperaba otra vez. Y esperaría ¿hasta cuándo? Hasta que llegara de nuevo el momento de vivir, previo a esperar. Mientras durara el dolor ahí en sus nalgas, no parecía que hubiere pasado tanto. "Tal vez... si mañana hago eso que pensé en hacer ayer... ¿Le gustará? Me moriré de vergüenza... pero..." Se debatía consigo misma para un nuevo momento; un nuevo reto. Algo que revelara que, a pesar de su ausencia, estaba ahí. Algo con que decirle que no se limitaría a esperar mirando tras la ventana, que quería subir, tirar de ella misma, darle lo que pudiera dar con sus manos vacías; tan llenas de ella misma. Aunque Él no lo pidiera, y aunque ella no supiera realmente por qué lo hacía. Pero un anhelo escondido le pedía inventarse Sus deseos, aquellos que no decía con palabras, aquellos que trataba de descubrir... aunque tiempo atrás le pareciera imposible cumplir. Y en el momento que sabía convertido su deseo, el Suyo, cuando le revelaba Su placer... el suyo se hacía más grande, se hacía pleno. Y no era por Él. Lo hacía por ella... Aún no sabía con exactitud cuándo se había enganchado al velo que envuelve la necesidad de Su placer por encima del de ella misma; convirtiendo esa necesidad de proporcionarle placer... en el suyo propio. Aún no sabía con exactitud cuando el Deseo, había dado paso a adorar complacerle.
Y no era por Él. Lo hacía por ella. La primera vez que consiguió un imposible... el desasosiego la abrumó. Mientras más lo pensaba, más incapaz se sentía. Más frustrante le parecía no llegar a hacer lo que, muy amablemente, le había "sugerido". Mientras más tiempo pasaba, menos factible veía su capacidad por lograrlo, pero las ganas de superarlo crecían a pasos agigantados. Mientras lo preparaba, se repetía que moriría en el intento. Mientras lo hacía, vivía sin vivir ese momento. Cuando lo hizo, no se lo creía. Y cuando cayó en la cuenta de que lo había conseguido... la sensación que la embargó, el placer que sintió, la satisfacción de haberse superado, de haber llegado más allá de lo que se creyó capaz... era indescriptible. Se sintió más viva de lo que se había sentido jamás.
El cielo parecía no querer dejar de mojar la tierra. Ya no se podía ver más que paraguas que se cruzaban; redonditas pequeñas que parecían moverse solas, y coches que conducían madrileños impacientes, uno detrás del siguiente. Pero a ella... no le importaba. Se preguntaba si Él sabría todo lo que ella había sentido... el miedo, la vergüenza, la excitación el deseo, el esfuerzo de un intento, dos, tres... y la sensación de inmensidad por el éxito de lo conseguido por fin, tensando sus propias cuerdas, tirando más... y un poco más...
Y en horas muertas, como aquella, pensaba en nuevos retos, en nuevas formas de complacer, de dar más... dar un poquito más. Se preguntaba cómo le ocurría convivir con deseos que antes detestaba, rechazaba, como quería ir donde antes ni se imaginaba acercarse, como, a cada golpe se excitaba y deseaba el siguiente aunque el trasero le quemara, tanto, que al día siguiente el escozor haría que la sangre que por ahí circulara le trajera sus propios latidos.
Se pregunta tantas cosas que, por no preguntar... no decía nada con sentido propio. Bullían sus pensamientos que, por no decir, se quedaban encerrados en inconclusos, amputados; obligados a enmudecer. Tiraba de su propia entereza, de su propio espíritu... por ella misma, viendo a lo lejos un camino abrupto y desdibujado... sin saber con seguridad por dónde avanzaba, a donde la iba a llevar... o si llevaba a algún lugar con identidad. Y, sin embargo.. aunque tuviera que andar descalza entre espinas... aunque ese camino no le viera forma, qué, cuándo, cómo... quería seguir andando por él. Quería avanzar, tirar de sí misma un poco más... llegar, dar otro paso más.. dar... dar más. "¿Por qué...? ¿Por qué...?" Tic-tac... Tic-tac... y no decía nada de lo que se quedaba antes de llegar a su garganta... porque no quería saber. La mejor respuesta, es no preguntarse por qué. ¿Y si el porqué es todavía peor que esa incertidumbre? "¿Por qué...?" "Espérate un poco más..." se decía. Y esperaba. "Espérate un poco más..." y esperaba, mirando unas gotas que arañaban, viendo a la gente pasar, tomando de la mano al silencio que demostraba su imagen, aunque chillara en realidad, como una loca. Quería dar más; pero no sabía si tenía algo que ofrecer. Quería hablar y no decía más que nada. "¿Y si hago esto que pensé...?" "¿Y por qué lo vas a hacer?!" A veces, incluso su propio deseo de querer tirar más de sí misma la enfurecía, en los interludios de conversaciones monólogas con ella sola, por el simple y mero hecho de decirle a alguien, aunque fuera a sí misma... lo que se limitaba a callar. "Por que lo deseas" era la respuesta aplastante que encontraba en sus propias réplicas.
Tras la ventana, entre nubes negras, la cegó un rallo de sol. Se desperezó otra vez, inconsciente del tiempo que se había pasado de rodillas, disfrutando del dolor que ardía en su trasero. Pero sin respuestas. Deseó que el momento de esos azotes no hubiera terminado, porque así no pensaba... sólo deseaba y temía el siguiente. No pensaba, golpe a golpe. Más perra que nunca, más viva, quizás... más ella que mil palabras que debiera callar. Y, tras la ventana, mirando la nada, se limitaba a esperar... mientras la lluvia arañaba el cristal, a que mañana llegara lo que tuviera que llegar.
flor_cautiva (23/05/08)
Para naia_d_Maag a ti que te gusta la lluvia, la melancolía, los cuentos que yo cuento... y divagar entre el deseo y el por qué... ¿cuántas tardes de mayo tras la ventana?